En nuestra región lo más parecido a la temporada preelectoral son precisamente los precarnavales. En el momento ambos eventos coinciden, y son tan parecidos que no se sabe con certeza donde comienza una cosa y donde termina la otra. Los viernes y sábados por las calles avanzan bulliciosas las comparsas, verdaderas hordas de votantes encabezados por reinas, capitanas y candidatos forman extensas caravanas de alegría y espuma, donde el whisky barato y las nubes de maicena nos taponan la vista y cubren la realidad de nuestros rostros, igual que los discursillos y las gastadas consignas de los políticos que ‘enmaicenan’ la situación por unos días, mientras hacen fiesta con la voluntad borracha de los que vamos riendo y bailando sin saber muy bien para dónde.
Carnavales de disfraces, política de caretas. Por allá vamos los electores queriendo estar en la comparsa más alegre, la más grande, la mejor vestida, la que más reparte, mientras los mal llamados líderes van pegados a la carrosa vestidos con la capucha del que tiene más votos, y en lo más alto de la carrosa principal, aventando sonrisas, saludando con una manito que se mece en lo alto y la otra en la barandilla los dirigentes bailan al son de todos, mientras el fogoso ritmo de sus redondas nalgas nos hechizan y nos hacen olvidar que son los mismos. Los mismos candidatos de los mismos pseudopartidos, con los mismos apellidos y las mismas prácticas, camaleónicos con sus antifaces de yo no fui, felices cual reina o capitana, jugando a la gran batalla de flores, repartiendo flores para la situación, flores para su gran ego, flores para el futuro, flores para la gran comparsa ganadora que ha de reclamar su turno en la gran noche de coronación que este año puede ser en la KZ “La Aplanadora”. La aplanadora que luego termina arroyando a la mayoría, pero bueno, también puede ser en la KZ “La Enganchá”, lo que cambia es el cantante.
En el tren de la alegría y el desenfreno, el ‘hablamierdismo’ politiquero nos marea tanto que todos creemos compartir el sabroso proyecto de vida del ‘Ñato Mama ron’. Oímos y no escuchamos sus promesas que después parecen letanías de carnaval. Que hay que mejorar la salud de los hombres sin cabeza y las marimondas, que habrá vivienda para el que no se deje echar tabú o limón con azulin, que siempre habrá trabajo y no baldazos de agua fría, que habrá total seguridad democrática y sólo se permitirá que la guerra sea de bolsitas de boli, de todo se escucha en estas largas fiestas del ‘se vale todo’. Bailando y contentos vamos al gran carnaval de los comicios, donde se juega gran parte de nuestro bienestar y el de nuestras familias, detrás del Rey Momo con la espuma en la mano y la cabeza embotada no nos hace falta nada, sólo un trago más: “se le tiene, pégueselo, y ya sabe por aquí es el camino, usted sabe que estando allí nos ayudamos todos” y que siga la fiesta, ahí vamos sin mirar para atrás ni para adelante. ¿comida? también se le tiene, primero sopa de corruptela, más tarde guiso, guiso de erario.
Pero las elecciones y su carnaval pasan, Joselito se muere, el candidato ‘sale’ o no (es casi lo mismo) y queda el guayabo. Comenzamos a sentir la aplanadora en los huesos cuando lavada la maicena comenzamos a ver los mismos rostros, sin nada en el bolsillo ni en la conciencia, la cocina lucia y la nevera tipo piscina, todo igual o peor, luego las romerías, ¿y el doctor? “no, no el doctor no está atendiendo”, todos al rebusque de siempre, la sopa y el guiso indigestando, la cabeza doliendo por el whisky barato, las reinas se fueron y los candidatos también, y la comparsa, ¿la comparsa?, ya no existe.
"Pero bueno, no todo es malo: el año entrante hay carnavales otra vez".
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