"Vivienda donde vivía José Eduardo Gómez Bayona, ubicada en el barrio El Centro de El Molino" |
David Campo Pineda
Nadie tiene idea del cuál seria las
razones por la cual un niño de escasos 12 años de edad, atendido y mimado en
una elegante casa de estilo republicano donde vivía desde hace 10 años, decidió
tomarse el contenido de un frasco de garrapaticida de uso agrícola para
quietarse la vida.
José Eduardo Gómez Bayona estudiaba
en la Institución Educativa Silvestre Dangond, en Villanueva y vivía “como niño
bien” en una elegante vivienda del barrio El Centro del municipio de El Molino,
de propiedad de un abogado.
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"José Eduardo Gómez Bayona, de 12 años de edad quien tomó un veneno que segó su vida" |
El infante tomo en sus manos una pala
y se acercó a un cuarto en el patio de la vivienda donde jurisconsulto guarda,
bajo llave, los insumos químicos e implementos utilizados en la atención de una
finca de su propiedad en la zona rural de El Molino.
A través de una ventana que estaba abierta, el niño introdujo una
herramienta y con la parte ancha del implemento hizo que sobre la superficie
quedara un frasco de Garrapaticida. Con cuidado sacó la pala, tomo el frasco
con una de sus manos mientras dejaba la herramienta a un costado, en el piso. Destapó
el recipiente y, llevándoselo a la boca, dejó que su contenido ingresara a su
cuerpo.
Nadie en la casa lo vio tomarse el
veneno. En una de sus frecuentes salidas al patio, una de las mujeres que
desempeña sus labores domésticos, vio al niño con arcadas y vomitando, tambaleándose
y casi cayéndose al piso, por lo que llamo a gritos a su compañera de trabajo
para socorrerlo. Lo levantaron entre ambas y, como pudieron, lo trasladaron
hasta las afuera de la casa. De ahí fue conducido al Hospital San Lucas, en El
Molino, sobre las 12:00 del día, y trasladado luego al Hospital San Rafael de
San Juan del Cesar, distantes unos 18 kilómetros, donde el niño lamentablemente
murió.
Era como un hijo para la familia
Los rostros de la familia compendian
la tragedia en toda su terrible magnitud: hay desolación y tristeza, asombro y
dolor, porque el niño al que criaron como a su propio hijo desde que tenía solo
dos años de edad no podrá acompañarlos nunca más a la finca, cada viernes, sábado
o domingo cuando el jefe de la casa llegaba de Riohacha tras desocuparse de sus
faenas profesionales.
El jurisconsulto recordó que la madre
del menor, quien había trabajado en su casa, se lo había dejado en El Molino hacia
diez años cuando regresó a San Diego, su municipio natal, porque sabía que al
lado del prominente abogado y su familia el niño tenía garantizada una buena
vida y un futuro nada despreciable.
Y así fue hasta el pasado 5 de Abril.
José Eduardo era el amigo inseparable, el hijo menor y el apoyo incondicional
de su mentor cuando regresaba a El Molino a descansar.
La madre biológica del niño nunca
dejó de verlo, pues su relación con la familia siempre fue cordial. Su última petición,
cuando le avisaron por teléfono la muerte de su retoño, fue que el niño recibiera
cristiana sepultura en el municipio que lo vio nacer. Así, José Eduardo
reposará por siempre a cincuenta kilómetros de El Molino, en San Diego, Cesar.
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