"Alfredo Gutierrez, acordeonero" |
"Israel Romero Ospino, acordeonero" |
Nuestra música es un libro abierto con páginas de oro, narradas en letras de plata y que a pesar de su relativa juventud, tiene siglos de existencia.
A los que hacemos parte de esta historia, en la intimidad de los aposentos, por más de la mitad de la vida nos queda el sublime decoro de su protagonismo, con la naturaleza de su esencia y el peso de su actualidad. A muy pocos nos toca la fortuna de enhebrar sus alegrías y lamentos en poesías sin tener que buscar en otras latitudes, usufructuando de un infinito y propio mar de emociones, tenemos en nuestra música todo, hasta espacio para permitir que intrusos quieran desfigurar su rumbo sin lograrlo.
Hacer vallenato es llegar y salir de otra galaxia y perpetuar en la imaginación verdadera, para poner en la historia las más hermosas melodías. Es dar paso al sentimiento de corazón a corazón, y hallar en el alma el más grande testimonio de pureza en los versos más pequeños.
Desde adentro se mira y se habla de la vida con argumentos de causa. Desde adentro fluye la realidad y nos enorgullece compartirla porque el vallenato, más allá de su lírica, también tiene la nobleza y la fuerza inmortal de sus vivencias.
‘El Pollo Irra’
A Israel lo conocí cuando hacíamos el bachillerato en Villanueva, él en el colegio Santo Tomás y yo en el Roque de Alba. Hijo de ‘La Nuñe’ y ‘El Viejo Cola’, hace parte de una de las familias más humildes de El Cafetal, pero que dentro de aquella pobreza reposa inquebrantable el cariño de Villanueva. Muy pocos conocemos su historia musical desde adentro, a mí me tocó la fortuna de un colgadero y un arropijo en su casa, vivir con admiración de sus proyectos, la sabiduría con que ‘Irra’ asomaba a la gloria de este folclor.
Fui uno más de la casa y con la consideración de la familia, especialmente del viejo Escolástico, quien me acogió con amistad sincera muy a pesar de abusar de su confianza, por venir a media noche con Misael por el único gallo criado con tetero, que además era la mascota de todos y la admiración de quien llegaba a la casa por sus exageradas presas. Los muslos de Paco eran de libra y media cada uno, tan enormes eran que al caminar se pelaba, por lo que había que aplicarle Cuadriderm para que pudiera desplazarse sin molestias. Nos comimos esa belleza de animal.
Esa travesura me desterró por meses de El Cafetal. No hubo razón alguna que pudiera convencer a ‘La Núñe’ que en esa parranda estaba ‘Irra’, Rafa, incluso ‘Chendo’, que hurgando la procedencia del sonido de la caja, se encontró de frente con el olor a guiso que esa madrugada se extendía por toda Villanueva.
Los de la idea inicial fueron Misael y Norberto. A Neo (Norberto), se le hizo previa consulta. ¡Guísenlo!, fue su sentencia, que ese sinvergüenza canta y tiene más pulmón que ‘Poncho’ Zuleta.
Norberto hacía vecindad de una sola pared con el gallo y cuando apenas llegaba de sus parrandas, promediando las cuatro de la mañana, Paco agitaba sus enormes alas para empezar su concierto de dos horas. Hasta entonces podían dormir placidos, él, Sara, su esposa, y Milko, su primogénito. Eso condenó a Paco al eterno pito de la olla a presión de Margarita.
Promediando el año setenta y cinco, después de tantas dificultades, graba con Daniel Celedón su primer LP destacándose por su ya conocida digitación, lo que le permitió el respeto que hoy tiene.
Emiliano, Norberto, ‘El Turco’ Gil y Alfredo Gutiérrez, según sus propias palabras, fueron sus maestros.
Daniel e Israel hicieron un buen matrimonio musical, pero a ‘Ponchito’, a quien ‘Irra’ escuchaba mucho, no le terminaba de convencer. ‘Poncho’ esperaba grabar con ‘El Pollo’, una razón más para hacerle la guerra a ‘Dani’, y parece que al mismo Israel no le era de total agrado la voz de Celedón para sus expectativas, pero también le urgía grabar para salir del anonimato y proyectarse. Israel soñaba con lo que ahora es.
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