13 de abril de 2010

¿Los mandamientos de dios, donde están?

Por: Hernán Baquero Bracho

Los que le enseñan al pueblo a considerar superficialmente los mandamientos de Dios, siembran desobediencia para recoger desobediencia. Rechácense enteramente los límites impuestos por la ley divina y pronto se despreciaran las leyes humanas. Los hombres están dispuestos a pisotear la ley de Dios por considerarla como un obstáculo para su prosperidad material, porque ella prohíbe las prácticas deshonestas, la codicia, la mentira y el fraude; pero ellos no se imaginan lo que resultaría de la abolición de los preceptos divinos. En la ley del hombre actual o del hombre dominado por Satanás, ese mandamiento de no robaras está en deshuso. Hoy prima ese mandamiento del mal: robaras y te honraran. Robaras y te harás libre y solo esto está ocurriendo en el mundo humano, un mundo lleno de codicia y de amor a todo lo material.

Pero si la ley no tuviera fuerza alguna, ¿Por qué habría de temerse al transgredirla? La propiedad ya no estaría segura. Cada cual se apoderaría por la fuerza de los bienes de sus vecinos y el más fuerte se haría el más rico. Ni siquiera se respetaría la vida. Aunque la vida ya no se respeta. Ese otro mandamiento: no matarás. También para el hombre de hoy está en decadencia. Ya casi la vida no vale nada y la justicia cojea a montones en este aspecto. La institución del matrimonio dejaría de ser baluarte sagrado para la protección de la familia. Y este mandamiento también hoy ha sido botado a la basura.

La mayoría de las mujeres de hoy, se casan por comodidad y vanidades y cuando esto desaparece, el adulterio se ve por doquier y aparecen estas mujeres ante la sociedad como las grandes señoras, victimas y sacrificadas por la situación que les toco pasar. Pero en el fondo ya han sido presas del mal. Ya ellas no se pertenecen, sino que su alma es propiedad del demonio. El quinto mandamiento ha sido puesto a un lado junto con el cuarto, que también ha sido modificado por el hombre, lo que va en contravía de las leyes de Dios.

Los hijos no vacilarían en atentar contra la vida de sus padres, si al hacerlo pudiesen satisfacer los deseos de sus corazones corrompidos. Y eso también está ocurriendo en el mundo actual: honraras a padre y madre, es casi ya una utopía. La mayoría de las familias se encuentran desintegradas. El mundo civilizado se ha convertido en una horda de ladrones y asesinos, y la paz, la tranquilidad y la dicha es casi una quimera en este mundo convulsionado.

La doctrina de que los hombres no están obligados a obedecer mandamientos de Dios ha debilitado ya el sentimiento de la responsabilidad moral y ha abierto anchas las compuertas para que la iniquidad aniegue el mundo. La licencia, la disipación y la corrupción nos invaden como ola abrumadora. Satanás está trabajando en el seno de las familias. Su bandera flota hasta en los hogares de los que profesan ser cristianos. En ellos se ven la envidia, las sospechas, la hipocresía, la frialdad, la rivalidad, las disputas, las traiciones y el desenfredo de los apetitos.

Todo el sistema de doctrinas y principios religiosos que deberían formar el fundamento y marco de la vida social, parece una mole tambaleante a punto de desmoronarse en ruinas. Los más viles criminales, echados en la cárcel por sus delitos, son a menudo objeto de atenciones y obsequios como si hubieran llegado a un envidiable grado de distinción. Se da gran publicidad a las particularidades de su carácter y a sus crímenes.

La infatuación del vicio, la criminalidad, el terrible incremento de la intemperancia y de la iniquidad, en toda forma y grado, deberían llamar la atención de todos los que temen a Dios para que vieran lo que podría hacerse para contener el desborde del mal.

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