6 de mayo de 2010

¡Intolerancia total!


Por: Andy Alexander Ibarra

“En Colombia no podemos dejarnos llevar por una euforia juvenil”, esta frase pasó por inadvertida hace tan solo unas semanas y fue lanzada por el Ex Ministro de Agricultura, Andrés Felipe Arias, a juzgar por algunas opiniones leídas y escuchadas esta tesis perversa comienza a hacer carrera en el panorama nacional. Ningún escenario posible de interacción social justifica tremendo desprecio a aquellos jóvenes que en ejercicio de sus libertades no se muestran simpatizantes o no creen en cierta línea del pensamiento político.

Es muy cierto que la juventud en nuestro país se viene resistiendo desde hace algún tiempo a participar en la vida política; han sido varios y vehementes los llamados que se le hacen para que dejen a un lado esa apatía y participen en el acontecer político porque como miembros de la sociedad también son corresponsables de buscar el bienestar general, por esta razón todos los partidos y movimientos políticos buscan renovar sus filas y oxigenar sus propuestas valiéndose del pensamiento joven. Pero tampoco es falso que la desidia juvenil frente a la actividad política obedece en gran medida al desgaste de los niveles de credibilidad y confianza frente a los dirigentes, y ahora, la cosa se complica si se le envían mensajes hirientes donde se deja entrever su falta de criterio o inmadurez para manifestarse activamente como seres políticos.

La coyuntura actual indica que nos encontramos en un momento de efervescencia donde los jóvenes y estudiantes, a su modo y desde sus espacios, se están interesando y están participando en el actual proceso electoral; pero Andrés Felipe y otros acólitos, en un acto de intolerancia total, ultraja a los jóvenes que no piensan como él y, lo que es peor, invita a paralizarlos o detenerlos desconociendo que en ejercicio de sus libertades quieren manifestarse como seres políticos, claro, el llamado se hace porque no están siguiendo los postulados del ideario oficialista. Una bajeza menor no podía esperarse de quien en otra frase célebre para justificar sus actuaciones se sintió iluminado, explícito e imbatible al afirmar: “los subsidios a los ricos sí ayudan a reducir la desigualdad”, brillante axioma que confirmó, reforzó y dotó de seriedad ministerial la lógica de Pambelé (“es mejor ser rico que pobre”).

Más allá de la denominada publicidad negativa (sin eufemismo: “guerra sucia”) la cual hizo aparición en el panorama nacional sembrando el pánico colectivo por el cambio de presidente, todo ello, pese a que ninguno de los candidatos han manifestado que abolirán o debilitarán la seguridad democrática (gran triunfo de Álvaro Uribe), por el contrario, han expresado que la mejorarán porque el Estado no puede parecerse ni imitar en sus métodos a los barbaros que combate; ahora, sin sonrojarse, se empieza a trivializar la capacidad de discernimiento de algunos jóvenes que a su estilo defienden una línea de pensamiento en la que creen y confían.

En la balanza electoral la credibilidad y la confianza son dos razones de peso para que el votante -sin importar su edad- se incline por uno u otro candidato; el elector libre al momento de depositar su voto está diciendo tácitamente: “creo y confío en este candidato”. Esta vez, gran parte de la juventud cree y confía en algo y en alguien, sin dudas se trata de una valiosa reacción social, pero como no creen ni confían en ciertos postulados, se les observa por el rabillo del ojo con mirada despectiva como loquitos y loquitas.

En mi condición de joven, reprocho lo que no deja de ser un irrespeto inadmisible frente a esa fracción de mi generación cuyo ímpetu se busca atajar, alinear y adoctrinar; la reacción de los jóvenes frente al acontecer político tiene una gran importancia democrática y como es normal en medio de la pluralidad hay diferencias, sus razones válidas tiene cada quien para respaldar a uno u otro candidato. Lo realmente incomodo, es que se está comenzando a menospreciar la capacidad de discernimiento de algunos jóvenes simplemente por una preferencia política en especifica, este es uno de los principales escollos que deben superarse si queremos ver a la juventud participando activamente en la vida política más allá de verlos caminar como simples borregos a depositar un voto sin convicción.

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