6 de diciembre de 2009

Navidad 15 años después

Por: Adrian Alberto Ibarra

Hasta que volví. Así me lo dijeron apenas me bajé del taxi, sin anestesia: “Ajoooooo hijoooo hasta que volviste ¿no?”. Ya lo sé, la expresión no le dice nada a quién no nació por acá. La entonación y la situación seguramente a muchos les parecerá extraña, e inclusive, gramáticamente incongruente, a menos, por supuesto, que haya nacido en este rincón del mundo. Mis paisanos, ellos, todos, la entienden, o mejor, la sienten. Porque si algo tenemos los Villanueveros que vivimos afuera es ese complejo de Ulises alborotado hasta el exceso, como lo ejemplifica la anécdota esa del paisano que va a Valledupar y en la tarde no aguanta el guayabo y se regresa.

Pues bien, hoy que regreso a mi pueblo y entre más recorro sus calles mis primeros años empiezan a llegar en andanadas. Con ráfagas de una inefable mezcla de alegría y nostalgia el presente se mete en mis venas hasta diluirme en esos ‘tiempo idos’ que he guardado estos 15 años en el congelador de los recuerdos. Mi pueblo, mi familia y mis amigos, son el crisol donde esos fríos recuerdos se vuelven una sopa caliente de sentimientos que alimentan mi alma; claro, nada que ver con el sancocho ‘trifásico’ que preparó mi tía-abuela en cuanto llegué. Ese no tiene comparación. Eso sí, con el cariño que me profesa, no podría ser de otra forma. Lo que ella me hace de comer con tanta ternura y agrado no es una sopa o caldo cualquiera, es el aprecio que le tiene y la alegría de ver nuevamente a su ‘sobrino que vive en Bogotá’, esa sopa es amor puro en forma de caldo, bastimento y presa; no me cabe duda que lo que me sirvió en ese plato hondo y la respectiva cuchara de totumo es su cariño, pero en versión comestible.

Conozco a unos primitos que inquietos se la pasan en el patio retozando o en la calle administrando una bicicleta que se turnan para montar y cuando se cansan hablan un rato de Bart Simpson o de los Padrinos Mágicos y en seguida de un personaje de esos que se dan por aquí, cuya hermosura y carisma es imposible explicar sin quitarle gracia; se llama o le dicen Cachiflí y su oficio es silbar por las calles. Sí, así es, para todo el que no lo sepa, por acá puede haber una persona que tenga ese privilegio de hacer lo que realmente le gusta en la vida sin morirse de hambre, así esto implique la improductiva si se quiere, pero formidable tarea de pasarse toda una vida silbando, o chiflando como decimos por aquí. Es lo mismo que en mis tiempos, pero el personaje era Morocho que se pasaba la vida saludando en la carretera y después de jugar La Libertad, Cuatro ocho y doce, El fusilado o El ‘Escondió’, que eran los juegos de moda, en vez de muñequitos gringos se hablaba de hacer un trompo de Guayacán o Macurutú, o de la fabricación de un carrito cuya carrocería era una lata de manteca, o de irnos a cazar machorritos.

Siguen los recuerdos cuando paso por la plaza, ahí está la Mil Delicias de mis tiempos, y está La Frespan de los de ahora, la iglesia es la misma pero hay algo nuevo o extraño que me llama la atención pero no puedo descifrar. Hay luces de navidad por todas partes y arbolitos modernos a diferencia de aquella rama reseca que yo mismo adornaba con bolsas plásticas y unas tapas de metal que daba CICOLAC, todo esto después de pintarlos con cal, al igual que los bordillos. Todavía venden las arepitas de maíz biche y los pastelitos de carne molida, pero no los he comido, me llevaron a comer Salchipapa que parece ser la nueva revolución gastronómica de mi tierra, eso sí, después del arroz de fideo con queso rallado que no falla. La muchachada hace fiestas en el atrio, y funcionan igual que las que hacíamos en el barrio, sólo que ahora la música sale de un carro y antes buscábamos una grabadora donde sea. Las parrandas son lo mismo, pero ya no es el LP del Binomio de Isra y Rafa los que alegran diciembre, ahora hay jamaqueo y afrodisiaco en los CD de la nueva ola o en el bum bum bum del reggaetón. Sigo reparando el extraño de la iglesia y todavía no logro saber qué es, cuando de repente me encuentro a varias caras conocidas de los años de colegio y compruebo, que al igual que antes, la amistad y el respeto materializados en un trago, todavía hacen que te emborraches sólo saludando a los amigos.

Extenuado por tanta sensaciones juntas luego de hablar y hablar me voy para mi casa con la idea de escribir esto y a recargar baterías para seguirme reencontrándome con mi gente y no lo hago a pie o cicla como antes, ahora tomo un moto taxi, y cuando me estoy montando veo el extraño de la iglesia que se me aclara como cuando un relámpago deja ver un gigante. Han cambiado el fondo de la iglesia, ya no son el azul prístino o las noches estrelladas, ahora, no sé si para bien o para mal, en la estampa de mi iglesia se puede ver una antena de algún operador de teléfonos celulares.

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